La Iglesia no puede ser un supermercado
de las cosas del espíritu.
8 de Marzo, 2015.
Por Sr. Cura Emiliano Valadez Fernández
Cuando Jesús llega a la ciudad de Jerusalén ya iniciada su misión, lo primero que visita es el Templo, la ¨Casa de su Padre¨. Para el pueblo judío el Templo es el signo de la presencia de Dios. Pero con asombro y molestia Jesús contempla que han convertido el Templo en un supermercado.
En lugar de preocuparse por dar un culto limpio y justo al Señor, la gente hacía del dinero un ídolo. Y no lo hacía toda la gente sino los responsables de organizar el culto. Estaba mandado en la Ley visitar el templo para las respectivas purificaciones y ofrecer ofrendas. Pero se vendían animales para los sacrificios a un precio injusto; los cambistas cobraban elevadas comisiones y empobrecían más a quienes ya eran bastante pobres, debido al impuesto del Templo que tenían que pagar con dinero del Templo, no con el dinero romano.
Los hombres importantes entre los judíos controlaban todo. El dinero da poder, y el poder da dinero. La palabra de Dios que condenó aquellos comerciantes de las cosas de Dios, condena también hoy las prácticas religiosas desviadas y condena toda utilización del templo y del culto y denuncia las prácticas que no están iluminadas por la fe en la persona de Jesús.
Jesús nos ha revelado a un Padre que es amor, verdad y vida; sin embargo se nota en muchas prácticas religiosas que pretendemos adorar a un Dios lejano, al Dios del temor, al Dios del premio y el castigo en función de los méritos propios. Dios que es amor es infinitamente libre. Nunca lo podemos condicionar por nuestras prácticas religiosas. No podemos pretender que Dios sea a nuestra medida y nos cumpla los caprichos.
La ya cercana Fiesta del Señor de la Misericordia será un buen examen para calificarnos sobre la pureza de la religión. Jesús se molestó mucho ante el mercado en la Casa de Dios con motivo de la Fiesta para que entendamos lo grave que es hacer un negocio de las cosas de Dios. Jesús abomina a quienes en lugar de servir a la Iglesia, se sirven de ella para amontonar dinero.
Nunca debemos hacer de la religión un negocio, nunca debemos mezclar los valores de la fe con otros intereses. Nunca debemos tratar a Dios como si fuera un comerciante: ofrezco una veladora, prometo una manda, mando decir Misas… para que Dios me conceda lo que necesito. Dios no soporta unos ritos que sean actos vacíos, que no broten del corazón. Ya el profeta Isaías había dicho al pueblo que el ayuno y los ritos que agradan a Dios son aquellos en los que rompemos las cadenas de la injusticia, liberamos a los oprimidos, compartimos nuestro pan con los hambrientos y acogemos a los pobres sin techo en nuestra casa (Is 58,6-7).